He escrito varias veces que el hormigón es la base de la civilización. Y, aunque la idea es algo provocativa, la sigo manteniendo: las sociedades modernas se levantan sobre miles de toneladas de hormigón armado.
Por eso, el hecho de que las estructuras de hormigón estén en pleno deterioro en todo el planeta es algo que preocupa cada vez más a los científicos. La evidencia nos dice que las grietas y los desperfectos son demasiado comunes en infraestructuras envejecidas que llevan décadas sometidas a procesos de congelación, sobrecarga, corrimiento de tierras o degradación de todo tipo.
Y, además, por si fuera poco, los trabajos de mantenimiento y reparación suelen ser demasiado complejos y costosos. Solo parece haber una solución a largo plazo: tener un hormigón que se repare solo. El problema, claro, es construirlo.
Congrui Jin y un equipo combinado de las universidades de Binghamton y Rutgers trabajan en el desarrollo de este tipo de hormigón. Las grietas pequeñas son especialmente peligrosas porque facilitan una vía de entrada a líquidos, gases y sustancias corrosivas. Aunque a corto plazo no son preocupantes, con las décadas basta una grieta del grosor de un cabello para corroer el hormigón y comprometer su integridad estructural.
El problema está en cómo llevarlo a la práctica. Todas sus investigaciones les llevaban una y otra vez al mismo sitio: la capacidad de los sistemas biológicos para autorrepararse. Así que, hace cinco años, decidieron que la forma más sencilla de crear un material que se arreglara sin intervención humana era creando lo que algunos llaman "hormigón vivo". O, en todo caso, algo muy parecido.
Tras varios callejones sin salida, decidieron apostar por los hongos. La idea era mezclar esporas y nutrientes en el proceso de fabricación del hormigón. De esta forma, si se empezara a filtrar agua por una grieta, las esporas germinarían y, a medida que crezcan, actuarían como catalizadores de cristales de carbonato de calcio.
Este material parece muy apropiado para, re-llenando las grietas, impedir la entrada de agua. Sin agua, los hongos esperarían, de nuevo en esporas, otra filtración que iniciara el ciclo de nuevo. Es una idea brillante, pero no estaba claro que hubiera un hongo capaz de hacer eso.
Descubrieron que el hidróxido de calcio de la piedra se disolvía en el agua y hacía el medio tan alcalino que nada sobrevivía en él. El equipo de Congrui Jin buscó entre especies adaptadas a vivir en situaciones límite y seleccionó más de 20 especies de hongos para encontrar uno que pudiera resistir a las durísimas condiciones que sometemos al hormigón.
Todos fallaron, excepto uno: el Trichoderma reesei (y no, no es el de la foto que encabeza el artículo). Esta es la buena noticia: el T. reesei es un hongo respetuoso con el medio ambiente, no resulta tóxico, ni perjudicial para la salud humana (o animal) y ya se usa en determinados procesos industriales.