"Si con esta entrevista un par de personas se ponen a estudiar inteligencia artificial, para mí es suficiente". Es la principal motivación de Andrés Torrubia para contar su historia a Xataka: "Inspirar desde la realidad".
Porque sí, él es emprendedor y un poco de publicidad nunca viene mal, pero su público le pilla un poco lejos. A un océano de distancia, para ser exactos. Lleva 20 años trabajando para el mercado estadounidense, aunque sigue viviendo en su casa en Campello (Alicante).
A la chita callando, este alicantino nacido en 1974 dejó su huella en el CERN (la Organización Europea para la Investigación Nuclear); desarrolló una tecnología amparada en 10 patentes con la que creó tiendas online para Disney y Yahoo cuando aún no se hablaba de e-commerce; vendió su primera empresa (Trymedia) por 34 millones de dólares y, acto seguido, montó otra start-up (Fixr).
En 2016 la Fundación Eisenhower le concedió una de sus prestigiosas becas a líderes de todo el mundo. Y el pasado verano (2017) quedó cuarto en un concurso internacional de inteligencia artificial (IA), por delante de una cohorte de ingenieros chinos y rusos, y de equipos de empresas como Google o Facebook.
Su trayectoria es envidiable. Pero él dice que no es ningún genio. Que solo es "un tío que curra". Aunque le sobren motivos para presumir, tiene poco afán de protagonismo. De hecho, probablemente habría pasado desapercibido de no ser por su participación en el mencionado concurso, impulsado por Didi (el Uber chino) y organizado por la plataforma de enseñanza online Udacity.
La competición premiaba con un viaje a Silicon Valley a los cinco finalistas y 100.000 dólares al ganador -individuo o equipo- que diseñase la mejor solución para su coche autónomo de código abierto. El mérito de Torrubia no solo fue encontrarse entre los cinco finalistas, sino hacerlo a pesar de no ser un experto en IA ni en software de conducción autónoma (como sí lo eran -comenta- sus competidores).
Todo lo que él sabía al respecto era lo que había aprendido unos meses antes en un curso online. Se inscribió por pura curiosidad, para actualizarse. "Siempre me ha gustado estar al tanto de las nuevas tecnologías y productos y conocer su funcionamiento, pero con la IA empecé a tener sensación de extraterrestre", cuenta Torrubia. "Para mí era ciencia ficción", reconoce el ingeniero. No veía claro el funcionamiento técnico de herramientas como, por ejemplo, la utilidad de dictado del smartphone.
Entonces le entró el pánico por haberse quedado obsoleto. Necesitaba entender, así que decidió apuntarse al curso de Udacity de conducción autónoma. Lo hizo movido por el tipo de conocimientos que combina el desarrollo de estos sistemas. Por una parte, un entendimiento avanzado en *deep learning* (capacidad de aprendizaje profundo de la IA, que imita el funcionamiento de las redes neuronales del cerebro humano). Por otra, una combinación entre diversas disciplinas: informática, matemáticas y física.
Al poco de realizar el curso, Torrubia se enteró del concurso de Didi y Udacity, que ya había comenzado. "Estaba entusiasmado con lo que había aprendido sobre deep learning y me metí de cabeza", afirma. Pronto se daría cuenta del nivel del concurso: 4.000 participantes (2.000 equipos en total) provenientes de la industria de la automoción alemana, de universidades de todo el mundo, ingenieros especializados de China y Rusia, equipos de grandes tecnológicas como Google, Apple o Facebook…
Sabiendo esto, el alicantino diseñó una estrategia "de guerrilla" por una vía alternativa a la que sabía que el resto iba -por lógica- a tomar. Su idea funcionó y pasó a la segunda fase de la competición, donde solo quedaron 50 equipos (de los 2.000 iniciales). La buena noticia vino con sobresalto: se dio cuenta de que su estrategia no iba a funcionar en la siguiente fase. Tenía que pensar otra aproximación diferente. Y la encontró. Solo que para desarrollarla necesitaba un compañero de equipo que le complementase. También lo encontró: un físico nuclear ruso.
Tras días de trabajo frenético, con pirateo de la competición incluido (unos participantes chinos intentaron falsificar las puntuaciones), llegó el momento de la verdad: las semifinales. Y lo lograron: Torrubia y su compañero pasaron a la final en Silicon Valley junto con otros cuatro equipos.
Además de un viaje a San Francisco, el ingeniero se llevó muchos aprendizajes de su participación en el concurso. Tiene claro que, cuando empresas como Didi o Uber comiencen a operar con vehículos sin conductor "van a ser auténticas máquinas de dinero". Pero antes tendrán que resolver -a su juicio- dos problemas fundamentales.
El primero, que hay aún muchos cabos sueltos, no resueltos al 100%, "incluso algunos básicos como detectar un ciclista". El otro es que falta talento para desarrollar las soluciones necesarias, "porque hablamos de algo nuevo y no hay mucha gente que sepa de esto hoy en día".
De ahí el interés de Torrubia en incentivar a la gente a que estudie deep learning, machine learning (aprendizaje automático) y todo lo relacionado con la IA. "Esta tecnología ofrece una gran oportunidad y hay que meterse ya: como sociedad, como país, como mundo", insiste.
Y cree que, en especial, hay que hacer un esfuerzo por acabar con el techo de cristal femenino e incentivar a las mujeres a cursar este tipo de estudios "aunque solo sea por egoísmo, si de verdad queremos a los mejores en todas las profesiones". El ingeniero constata que "los expedientes más sobresalientes en muchísimas disciplinas son a menudo mujeres" y que "la ingeniería no es una excepción". "Son unas máquinas", asegura.
Apostar de pleno por la IA (y hacerlo de forma inclusiva) no es, para Torrubia, una cuestión de voluntad, sino de deber. ¿Por qué? "La IA supone un cambio de paradigma increíble que va a transformar todas las industrias y que puede mejorar la vida de las personas, por ejemplo, en el ámbito médico", señala.
Para él, lo que hace más atractiva a esta tecnología es su lema: "Construir lo imposible". Y también que apenas está en sus comienzos, cuando aún queda todo por hacer. "Es un mundo virgen, como lo era internet en el 1997. Por eso es este el momento de entrar de lleno", asegura.
Torrubia no cree que un posible escenario a lo Terminator vaya a producirse con el desarrollo de la IA: "Hasta que no entendamos por completo el funcionamiento del cerebro dudo que seamos capaces de imitarlo. Ahora mismo la inteligencia artificial solo realiza tareas limitadas, muy concretas: traduce texto, juega al ajedrez, etc. Son hitos para quitarse el sombrero pero no salen de ahí". Eso sí, reconoce el impacto que estas tecnologías están teniendo y pueden tener sobre el trabajo. Y cree que habrá que valorar soluciones de tipo Renta Básica Universal condicionada.
Otro riesgo que el ingeniero subraya es que los frutos de esa tecnología repercutan más en el capital que en la fuerza de trabajo. "Los beneficios no pueden ser solo para las empresas", asegura. Pero la realidad es que tiende a ser así. Y que, como dice Torrubia, "la IA hace grandes a los más grandes". "Conduces un coche Tesla que recoge datos que van a la empresa fabricante y los utiliza para crear vehículos aún mejores y negocios paralelos". El círculo virtuoso se retroalimenta para seguir cebando al pez gordo.
Así las cosas, países como Estados Unidos o China lo han visto claro. Este último ha plasmado su compromiso en un Plan Estratégico de IA a 2030 que implica una fuerte inversión y una apuesta firme a nivel educativo. Se plantean introducir estas materias desde la Secundaria", cuenta el emprendedor. "Lo ven como una carrera -como la espacial- contra EE.UU., y quieren ser los líderes", añade.
Además de un plan, los chinos tienen la necesaria capacidad de cómputo y disponen de acceso masivo a datos, algo fundamental para el desarrollo de la IA. Es lo que tienen las dictaduras, que usan a su antojo la información de la población y se la ceden a terceros sin problema alguno [o te espían a lo 'Gran Hermano'].
En Europa, como sí se vela algo más por la privacidad, lo de acceder a los datos personales es más difícil. En opinión de Torrubia, demasiado. "El nuevo Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) es una aberración", asegura. "A nivel de competencia, nos deja en una desigualdad salvaje. En Europa, si quieres crear una app médica y necesitas datos, tienes un serio problema", sostiene. Es como si en una carrera a un corredor le da las mejores zapatillas y a otro unas con clavos", comenta con indignación.
El alicantino opina que "los burócratas regulan como si ya estuviera todo hecho", aun cuando se trata de industrias emergentes que desconocen por completo. Y que lo hacen "por miedo a que se les vaya de las manos". Por eso pide que no se hiperregule un sector cuando está naciendo. "En Europa, cuando montas una empresa hay más abogados que ingenieros", afirma. "Una importante sobrecarga en términos de trabajo y económicos -señala- en el momento en el que más ágil tienes que ser".
"Algo falla si yo estoy en Alicante y me tengo que ir a vender a EEUU. Estamos en clara desventaja", añade. Cree que, en este aspecto, España y Europa deberían tomar ejemplo de EE.UU., que regula cuando el mercado está maduro "y no en sus inicios, cuando lo que hay que hacer es dejar que dos zumbados la puedan liar sin obstáculos".
Si las cosas no cambian, España se arriesga a perder el tren de la IA, "a pesar de que es una oportunidad barata", afirma Torrubia. Destaca que hay referentes como Nuria Oliver [que, por cierto, este mes se ha convertido en la primera investigadora española -mujer- reconocida como ACM Fellow] o Andrés Pedreño, ambos miembros del Grupo de Sabios sobre Inteligencia Artificial y Big Data formado por la Secretaría de Estado de Agenda Digital. Pero critica que "mientras nosotros abordamos la IA hablando de un libro blanco en sala de reuniones, los chinos han aportado a la causa 30 millones de dólares".
Sobre educación y emprendimiento en general (no solo en el ámbito de la IA), Torrubia expone algunas reflexiones. "Me crié entre ordenadores y, al ser de provincias, me tuve que buscar la vida para aprender por mi cuenta. Lo normal en este entorno era estar solo. Ahora, sin embargo, es más fácil, gracias plataformas de educación online que te permiten acceder a los profesores más brillantes del mundo vivas donde vivas, sin obstáculos de transporte, solo con un ADSL", señala.
Muchos de ellos, como los que ofrece edX de la mano de centros como la Universidad de Harvard, la de Oxford o el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), son gratuitos [y esto no es de ahora, nos remontamos mínimo a 2012]
Torrubia cree que cada vez más nos dirigimos a un estatus de eternos estudiantes: "Si me preguntas qué soy, puedo decir que estudié Ingeniería de Telecomunicaciones, pero la realidad es que sigo estudiando". Cree que eso de "¿estudias o trabajas?" pasará pronto a la historia, en una realidad que ya exige de una formación continua y lo hará aún más. De ahí la importancia que confiere a las plataformas de enseñanza online, no solo para autodidactas y makers confesos como él, que tiene un laboratorio en su casa y se confiesa "el típico ingeniero DIY" (hazlo tú mismo).
Como ingeniero emprendedor, cree que esta es la Edad de Oro para aquellos que encajan con este perfil. "Es el renacimiento gracias a la IA, que devuelve la esencia a la tecnología, como en los comienzos de internet", afirma. Y critica que se considere empresas tecnológicas a meras tiendas online o a empresas que lo más tecnológico que tienen es que están en internet. "Hoy en día estar en internet es como estar en papel, y no eres una empresa de papel por estar en papel. Internet es un canal", asegura.
Como profesor eventual de centros como la Universidad de Valencia, critica "que haya mucha gente que no sabe nada y se la pase vendiendo recetas de éxito". Porque recetas -dice- hay pocas: constancia, fuerza de voluntad, trabajar mucho, probar una y otra vez, juntarte con gente mejor que tú y poco más. "Es tan de perogrullo que da vergüenza contarlo", afirma.