Cuando un fármaco te convierte en jugador compulsivo: la compleja historia científica y judicial del aripiprazol
Todo empezó un poco después de comenzar el tratamiento con esas pastillas. No es fácil de explicar: una compulsión, un impulso irrefrenable, un no poder parar. A veces era el juego, otras veces la comida. O las drogas, el sexo o cualquier conducta compulsiva. Fue como perder el control de tu propia vida; fue como recuperarlo justo después dejar el aripiprazol.
Este es el relato que ha llevado a centenares de personas a demandar a los fabricantes de uno de los medicamentos más recetados del mundo por provocarles conductas compulsivas. Una conexión que no está clara a la luz de la ciencia y que tendrá de dirimirse en los tribunales. ¿De verdad un medicamento puede hacer que nos gastemos todos nuestros ahorros en una mesa de Blackjack?
El aripiprazol fue aprobado en 2002 como un fármaco contra la esquizofrenia. Con los años, su uso se fue ampliando para alcanzar también el trastorno bipolar, la irritabilidad en el TEA, el síndrome de Tourette o la depresión mayor. Eso ha permitido que, pese a no estar en todos los botiquines del mundo, se haya convertido uno de los medicamentos más populares. Sobre todo, desde que empezó a comercializarse como genérico.
Por lo demás, la historia del medicamento ha sido compleja, llena de luces (fue la primera píldora inteligente aprobada en EEUU) y sombras (con reiterados problemas judiciales por usos no autorizados en niños y ancianos). Pero nada de eso frenó su popularidad. Ni siquiera las sospechas de que algo raro le pasaba a algunos pacientes. Pocos, al principio; pero cada vez más, a medida que el fármaco se hacía popular. Ahí es donde empezaron los problemas.
Entre la aprobación del medicamento y el momento en el que la FDA avisó de los efectos secundarios pasaron 14 años y 184 casos. Muy pocos para un medicamento que se consumía "a cantidades industriales", pero más que suficientes para que otros países hubieran tomado medidas antes: Europa, sin ir más lejos, había tomado cartas en el asunto cuatro años antes, en 2012.
Durante años la FDA se ha defendido explicando que, pese a las investigaciones, no se conoce el mecanismo por el que el medicamento produce esos comportamientos compulsivos. Lo cual es una forma elegante de decir que, con tan pocos casos, la correlación no implica causalidad, ni nada parecido.
Es verdad. Y sin embargo, el hecho es que la mayor parte de los casos estudiados no tenían antecedentes de problemas de control de impulsos: todo señala insistentemente al aripiprazol, los comportamientos compulsivos empiezan y acaban con él. Es decir, faltan pruebas firmes, pero sobran las sospechas.
Ante esto, con el problema encima de la mesa, la resolución caerá en manos de los jueces y ya sabemos que la verdad científica no siempre coincide con la verdad judicial. Si es que en algún momento logramos saber cuál es la verdad judicial, claro.