Estos días, a propósito de la histórica multa a Monsanto, hemos debatido mucho sobre las mentiras. Para algunos las mentiras peligrosas son las de la industria; para otros, las de la pseudociencia. Para la mayoría, el problema son las mentiras a secas. Sobre todo, porque las mentiras dejan marcas profundas en la sociedad.
Eso se ve en los detalles. Los tanques se llaman tanques porque, mientras los diseñaba y transportaba, el mando británico de la Primera Guerra Mundial los llamó así con la esperanza de que los enemigos los confundieran con tanques de agua. Funcionó y no fue la única.
Pero mi mentira favorita es otra. En un momento determinado de la Segunda Guerra Mundial, los pilotos de la RAF empezaron a tumbar bombarderos alemanes sobre las aguas del canal. Era una buena noticia, claro. Buenísima. Hacía un puñado de décadas que el Reino Unido lo había sido todo y ahora agonizaba impotente bajo las bombas alemanas.
El cambio en la batalla diaria que se libraba en el Canal de la Mancha, era justo lo que los británicos de a pie necesitaban. Los periódicos y las radios, animados por el Gobierno, lo celebraban como agua de mayo. Pero, inevitablemente, todo el mundo empezó a preguntarse qué había cambiado.
La respuesta estaba clara o eso parecía. El Ministerio del Aire de Gran Bretaña explicó a todo el que lo quiso escuchar que la clave del éxito de los pilotos destruyendo bombarderos nazis estaba en la dieta. En una dieta rica en zanahorias.
La prensa llenó de historias de éxito con pilotos como John Cunningham y su amor por las zanahorias. La historia funcionó tan bien que miles de ingleses se dedicaron a comer zanahorias para ver llegar al enemigo en mitad de los apagones.
Era mentira. En realidad, lo que ocurría era que la Royal Air Force había instalado un dispositivo clave en los aeroplanos: el Airborne Interception Radar. La versión tradicional nos cuenta que la inteligencia británica pensó que difundiendo el rumor de las zanahorias presentaban una hipótesis plausible al repentino éxito de la RAF.
Eso sí, no todos están de acuerdo. Bryan Legate, del Royal Air Force Museum en Londres explicaba a Scientific American que "aunque el Ministerio del Aire estaba contento de poder usar la historia, nunca se propusieron usarla para engañar a los alemanes". Es más, "el servicio de inteligencia alemán era muy consciente de la existencia de los radares terrestres y no se sorprendería por la existencia de un radar en un avión".
Sea como sea (un "plan maestro" o un "casualidad afortunada"), funcionó. Sobre todo, porque como siempre, la mejor mentira es la que se anuda a elementos verdaderos. Ya se sabía que las zanahorias tenían grandes cantidades de betacaroteno (provitamina A). La vitamina A está relacionada con reducir el riesgo de cataratas, la degeneración macular y otras enfermedades visuales y oculares.